lunes, 22 de agosto de 2011

Lo mejor de ti es tu sonrisa

¡Hola de nuevo! Después de un mes yendo de aquí para allá -para algo está el verano- vuelvo al blog para reflexionar con vosotros sobre un tema al que llevo un tiempo dándole vueltas. Se trata de la pasión por hacer algo, de las ganas de actuar, de las sonrisas que pueden transformar aquello a lo que se dirigen.

Hace unos meses me di cuenta de que no estaba totalmente comprometida con nada de lo que hacía. Pasaba por encima de mis tareas sin implicarme en ellas con cuerpo y alma. No ponía todo lo bueno de mí ni en las cosas que me gustaba hacer ni en las que no me gustaba hacer. Sabía perfectamente que cualquier situación desagradable o poco placentera puede mutar en algo único solamente con un cambio de actitud hacia ella, pero del conocimiento racional a la experiencia siempre hay un trecho que, a veces, puede costar años salvar.

Una amiga y maestra fue quien me hizo ver que nunca ponía toda la carne en el asador. Pasaba de una cosa a otra sin dejar huella en nada y sin disfrutar al cien por cien de lo que me ofrecía cada vivencia. Ahí fue cuando fui consciente. De eso, ya digo, hace unos meses.

Y en estos días calurosos de verano es cuando estoy empezando a integrar la idea de que, para realmente disfrutar con algo y hacerlo lo mejor que sé, tengo que comprometerme con ello y, sobre todo, dar lo mejor de mí misma. Me he dado cuenta de que, a veces, hago las cosas de manera tan inconsciente que no puedo recordar nada de lo que he hecho durante el último minuto. No puedo acordarme de lo que he pensado, ni reconstruir viñeta por viñeta qué han tocado mis manos... ¿A quién no le pasa esto de forma bastante habitual? Comemos sin saborear la amalgama infinita de matices que nos brindan los alimentos, conversamos con cada sentido puesto en un sitio y la cabeza volando por las nubes, trabajamos deseando que llegue la hora de irse a casa... ¿Por qué no aprovechar ese momento y explotarlo al máximo? Ya que estamos ahí, nos guste o no nos guste, ¿por qué no disfrutar y dar el cien por cien de nosotros mismos? Si he asimilado otra idea durante estos días -una idea sobre la que llevaba tiempo leyendo, sí, pero que no he comprendido vivencialmente hasta ahora- es que no existen ni el pasado ni el futuro: sólo existe el presente, este momento. El tiempo es un concepto tan abstracto que incluso me atrevería a decir que no existe.

El sábado fui a comprar a Mercadona y me quedé gratamente sorprendida con la cajera que me atendió. Con su mejor sonrisa, con movimientos delicados y perfectos, iba pasando un producto tras otro por el detector de códigos de barras. Miraba a los ojos a los clientes, recogía su dinero y les devolvía las vueltas sin perder su expresión de gratitud y felicidad. Hacía que todos salieran del supermercado con una sonrisa, aunque parezca una cursilada. Daba lo mejor de sí misma, hacía su trabajo de la mejor manera posible y eso creaba una energía positiva a su alrededor que se contagiaba a todo lo demás.

Últimamente me acuerdo de practicar lo mismo que practica la cajera de Mercadona. Esta mañana, como tantas otras, he ido a clase de spinning al gimnasio. No es que no me guste pedalear dentro de una sala enana llena de gente, pero la verdad es que preferiría estar haciendo otra cosa. Así que suelo ir sin unas ganas inmensas de hacer la clase. Sin embargo, hoy me he tomado la hora como una práctica del Mercadona y he decidido dar lo mejor que tengo en cada pedaleo, en cada movimiento. Y, ¡sorpresa!, he disfrutado con todas las canciones -incluso con las que no me gustaban-, me he superado a mí misma poniendo en la bicicleta más resistencia de la habitual y, de vez en cuando, me sorprendía a mí misma habiendo cambiado mi cara de sufrimiento por una sonrisa. Y lo mejor de todo es que, después de casi dos meses en ese gimnasio, la profesora me ha felicitado al final de la clase. ¿Casualidad?

Os animo a dar lo mejor de vosotros mismos en todo lo que hagáis. Escribid cada mensaje de Facebook como si os fuera la vida en ello, saboread cada bocado como si fuera el último, besad como si se acabara el mundo y sonreíd incluso a vuestros enemigos.

La revolución empezará con las sonrisas.