miércoles, 5 de octubre de 2011

Una nueva familia

A punto de cumplir un mes en Lisboa, un mes de erasmus. La ciudad cada día me parece más bella. Redescubro por la tarde calles que transité por la mañana durante los primeros días y me sorprendo, porque, con la ausencia de luz natural, emanan una calidez y un encanto que me hacen dudar de si prefiero Lisboa de día o Lisboa de noche.

La vida de Lisboa es pausada pero dinámica, tranquila e impredecible. Uno encuentra sorpresas detrás de alguna esquina, por cualquier calle angosta o a las seis de la mañana en Bairro Alto. Los perros pasean sueltos por las calles y a nadie le molesta, brigadas de policía hacen altos en medio de la rua para fumar, las novatadas universitarias son oficiales y duran un año entero. Hay pueblos escondidos en medio de la ciudad, separados del centro sólo por tres calles. El metro se va llenando de caras que ya he visto otras veces en sitios diferentes. Los turistas -los muchos turistas- me preguntan dónde está la Praça do Comércio o Largo da Trinidade. Me hacen sentirme portuguesa.

La ciudad entera está por descubrir todavía. Cada paso que doy en ella me ayuda, también, a descubrirme a mí misma. Irte de erasmus te permite empezar de cero, inventarte otro yo si te viene en gana. Nadie -o casi nadie- te conoce; nadie sabe tus límites ni el papel que interpretas en tu país, en tu ciudad, con tu familia y con tus amigos. Hay tantas personas que, si a alguna no le gustas, habrá otras doscientas dispuestas a conocerte. Así que eres como eres: no finges, no actúas, no piensas de forma recurrente si lo que vas a decir será correcto o si caerá bien. Y vas y te das cuenta de que nadie se ríe de ti en tu cara y de que nadie huye despavoridamente de tu lado. No gustas a algunos, pero descubres que eso no supone un trauma en tu vida.

Aquí he conocido -y estoy conociendo- a gente muy auténtica. Me miran a los ojos cuando me hablan y, aunque sepa que ésa no es señal de que están diciendo toda la verdad, sé que lo están haciendo. La honestidad se aprecia en sus palabras. No hacen algo si no quieren hacerlo, no dicen que les gusta algo si en realidad no les gusta. El estado de relax que caracteriza a quienes se trasladan a un lugar en el que nadie les conoce reluce en sus caras, en su pose, en su forma de caminar.

Y poco a poco se va creando ese repertorio de expresiones y bromas privadas que toda pequeña comunidad posee. Palabras que nacieron de confusiones lingüísticas -¡un pringado, por favor!- y anécdotas que salen a colación durante alguna tarde en un café o alguna noche tomando una amarginha en Luís de Camões. Y cada uno va eligiendo sus planes estrella, los bares que visitará durante las madrugadas y las calles por las que paseará las tardes de entre semana. Y vamos conociéndonos, descubriendo las preferencias culinarias de Xavi, la música que escucha Carmela, las manías de Ana y Jaya en cuanto al peinado que llevan y el lenguaje hilarante de Bernat -"una hamburguesa lo peta!"-.

Porque Lisboa es preciosa, pero sin todos ellos perdería su luz.








1 comentario:

  1. jo Irene, de mayor quiero escribir como tú... ahora mi blog parece una puta mierda. Si fuera algo físico lo habría quemado ya xD

    ResponderEliminar