miércoles, 15 de junio de 2011

Cirugía a precio de saldo

Esta tarde iba paseando por el centro de Valencia tranquilamente, cruzándome con decenas de personas de todo tipo: altos, bajos, gordos, delgados, rubios, morenos, unicejos, pecosos… En fin, que ante mis ojos desfilaba una millonésima fracción del amplio muestrario humano, que como todos sabemos está formado por incontables razas, tallas, alturas, colores y formas. De repente, un semáforo en rojo: freno y, delante de mí, en un cartel verde y negro y de considerables dimensiones colocado en un escaparate, leo: PROMOCIÓN DEL MES: BÓTOX 80€ POR ZONA. Como imaginaréis, el escaparate pertenecía a una de esas pseudo-clínicas de estética que últimamente proliferan por ahí. Y digo pseudo-clínicas porque una gran mayoría de ellas se encuentra regentada por pseudo-cirujanos que se sacan el título de inyector de bótox (o vete a saber de qué) en dos meses con un examen a distancia. O eso, o en los últimos tiempos los cirujanos están saliendo muy mal preparados de las facultades de medicina (y no sólo técnica, sino éticamente).

Nos adentramos cada vez más en una época en la que la cirugía estética está al alcance de cualquiera. Ya ni tenemos que ahorrar para quitarnos esa arruga que nos quita el sueño, o para subirnos el culo unos centímetros. Después de ver ese enorme cartel redondo incitándome a transformar mi cara, ha sido inevitable preguntarme cuántas de las personas con las que me iba cruzando por la acera se habrían hecho algún que otro arreglillo en la cara o en el cuerpo. Resulta que ahora vas a depilarte y tu esteticién de toda la vida te ofrece una inyección de bótox por diez euros más. Con estos precios ¿quién va a decir que no?


Bajo todo este asunto subyace una realidad que muchos se empeñan en ignorar: la baja autoestima y la inseguridad son las causantes de esta fiebre por la perfección. Una perfección que ni siquiera existe como ideal universal y eterno, sino que viene dictada por los cánones de la moda del momento que los medios de comunicación esparcen por ahí. ¿Quién dice que unas piernas largas y estilizadas son más estéticas que unas cortas? Me pregunto a quién se le ocurrió que la mujer ideal tiene que tener una cintura de avispa, unas caderas inexistentes y unas tetas desbordantes (y todo eso a la vez, por supuesto). Sé que este tema está más que trillado y que todos nos hemos quejado de los dictámenes de la moda alguna vez, pero analizarlo me lleva a redescubrir la inmensidad de la estupidez humana. 

Lo que quizá muchas de las personas que se “operan” de cirugía (o pseudo-cirugía) estética no saben es que existe un trastorno mental llamado dismorfofobia. Quienes lo padecen perciben un pequeño “defecto” como monstruoso y amplificado al cien por cien. A veces, esa anomalía (según la concepción estética de la sociedad, claro) ni siquiera existe, sino que es totalmente imaginaria. La obsesión por sus imperfecciones puede llegar hasta extremos en los que los dismórficos se nieguen a salir de casa, experimenten una terrible ansiedad con sólo imaginar o ver sus supuestos defectos, ideen innumerables estrategias para camuflar aquello que les quita el sueño e incluso, en casos límite, se suiciden. Muchos (aunque no todos) de los enfermos de trastornos de alimentación (anorexia, bulimia, trastorno por atracón, etcétera) padecen, además, dismorfofobia, y es ésta la que les lleva a concebirse como seres tremendamente obesos aunque estén en los huesos.
 
Otra de las soluciones que adoptan de vez en cuando los dismórficos es recurrir a la cirugía estética. Después de pasar por el quirófano (qué expresión más sobada) el operado, claro está, sigue viéndose mal, porque el problema no está en su cuerpo sino en su mente. Algunas personas que tienen este trastorno llegan a operarse una veintena de veces sin notar ningún cambio a mejor, algo que contribuye a aumentar el pánico a ver su propia imagen reflejada en un espejo. Lo que me parece increíble de esta historia es que haya cirujanos que accedan a operar a alguien que no tiene, objetivamente, ningún defecto, o en caso de tenerlo es imperceptible para los demás. Algunas voces han sugerido que se exija a los pacientes de cirugía estética un informe psiquiátrico antes de la operación, para asegurar que no sufre de baja autoestima o depresión (factores que pueden explicar la dismorfofobia). Pero ¿cómo adoptar esta medida, si ya no se sabe qué es una clínica de cirugía estética y qué no lo es? ¿Si cualquiera con el graduado escolar puede encontrarse al cabo de dos años inyectando bótox a cuarenta personas cada día? Un buen día abren al lado de tu casa una peluquería y a la semana también ofrecen depilación por láser a precio de ganga.

Jocelyn Wildenstein, ¿ejemplo de dismorfofobia? Más de 30 operaciones de cirugía facial en treinta años.

Con esta obsesión por el físico, por retocarse hasta el último milímetro escondido de la piel, y de la que casi nadie se libra, no me extraña haber oído conversaciones como la de hoy.  Unas horas antes de mi encuentro con la oferta de bótox, también por el centro de la ciudad, una voz detrás de mí se quejaba: “Tía, es que mira que se lo digo a mi madre, y no me entiende. Es que tengo mucho, mucho, mucho complejo con mis tetas. Y yo se lo digo y no me hace caso. Si yo lo único que quiero es que me pague un implante…”. Asombrada, me he girado a ver de dónde procedían los lamentos y sí, señores: de una adolescente que no llegaría a los 15 años. De la ocupante de un cuerpo sin formar, que sueña con que le introduzcan dos quilos de silicona para traducirlos en felicidad. ¿Pero será esa felicidad duradera, real? ¿O será efímera, evanescente?

1 comentario:

  1. gracias a dios (a Alá, a Buda o quien sea XD) por tener (y haber tenido siempre) una buena autoestima. esa mujer es... horrible :S
    (Sé que mi comentario no aporta mucho, pero me sabía mal pasar sin decir nada xD)

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